La neumonía es una enfermedad muy frecuente, sobre todo en niños y ancianos. Se trata de una infección pulmonar causada por el contagio con microorganismos que atacan a los alvéolos y producen una inflamación. Los agentes infecciosos más comunes son los neumococos, aunque también existen otros virus, bacterias y hongos que habitan en nuestro entorno y pueden provocar la neumonía.
No obstante, en la mayoría de los casos la neumonía también es el resultado de un sistema inmunológico debilitado. De hecho, alteraciones crónicas como puede ser el tabaquismo, la diabetes, los problemas renales o las alteraciones hepáticas pueden debilitar nuestros mecanismos de defensa naturales y permitir la entrada de gérmenes hasta los pulmones. Esto puede ocurrir a través de tres vías diferentes: por aspiración nasal o desde la faringe, por inhalación o por el torrente sanguíneo, que transporta a los gérmenes hasta los pulmones.
Todo ocurre de manera muy sutil. De hecho, la neumonía es una enfermedad que tarda en mostrar su rostro y cuando comienzan a aparecer los primeros síntomas es porque la infección ya se ha instaurado en los pulmones. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, y siempre que se siga el tratamiento adecuado, la enfermedad transcurre sin mayores complicaciones. No obstante, se trata de una patología peligrosa a la que se le debe prestar atención, sobre todo cuando los enfermos son niños y ancianos, que tienen un sistema inmunológico más débil. Por eso, es importante aprender a reconocer los primeros síntomas de una neumonía y acudir inmediatamente al médico. Así podremos comenzar el tratamiento lo antes posible.
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Los síntomas que delatan una neumonía
Por lo general, el cuadro infeccioso de una neumonía comienza afectando las vías áreas bajas, lo que provoca tos, expectoración, dificultad para respirar y dolor torácico, el cual suele agravarse con los movimientos propios de la respiración.
El estado general de la persona también se afecta: aparece fiebre alta, sudoraciones, escalofríos e incluso un aumento de la frecuencia cardiaca, como consecuencia de la alteración respiratoria. Sin embargo, los signos no siempre aparecen de la misma forma ni al mismo tiempo porque dependen del tipo de neumonía.
Neumonía típica
En un caso de neumonía típica los síntomas suelen aparecer bruscamente en un intervalo de entre 2 y 3 días. Es frecuente que este cuadro clínico comience con una fiebre alta de más de 37,5˚, acompañada de escalofríos y una tos persistente. A menudo también se presenta una expectoración purulenta que acompaña la tos, junto a un dolor torácico que aumenta con el ritmo de la respiración.
Neumonía atípica
En el caso de una neumonía atípica los síntomas suelen ser más complejos por lo que a menudo se pueden confundir con otras enfermedades. Todo comienza con un ligero malestar general acompañado de dolor de cabeza, en las articulaciones y los músculos. Sin embargo, a medida que transcurren los días aparecen otra serie de síntomas que delatan la presencia de una neumonía. En esa segunda etapa es frecuente que aparezca un cansancio generalizado, fiebre alta y una tos muy seca que, a diferencia de la neumonía típica, no está acompañada de expectoración. Ocasionalmente pueden aparecer además alteraciones gastrointestinales o del estado de conciencia, que suelen acentuarse en los ancianos convalecientes.
No obstante, es importante tener en cuenta que los síntomas de la neumonía pueden variar de una persona a otra, sobre todo en lo que respecta a su intensidad y orden de aparición. Por ejemplo, en los adultos sanos las manifestaciones suelen ser más ligeras mientras que en los ancianos o los niños pequeños los síntomas se manifiestan de forma más intensa y pueden ser más duraderos.